alusivo al proceso creativo del libro "El arte de formar un luchador"
No todos los procesos que terminan en victoria son exitosos ni todos los que terminan en derrota son un fracaso. Es probable que se vea la victoria como sinónimo de éxito, y si bien en ciertas oportunidades lo es, no siempre coexisten necesariamente. En el deporte, como en la vida, basta con saber desde donde se comenzó y hasta donde se logró llegar, qué tanto se consiguió avanzar o cuantos obstáculos se superaron en el camino.
Si vemos a una persona terminar una carrera en último lugar, es posible que no nos parezca algo impresionante. Pero si se conoce el contexto, la opinión puede cambiar. Es la historia de Derek Anthony Redmond, atleta olímpico que estando en su mejor forma física, logró apenas acabar su prueba de 400 metros lisos en los juegos olímpicos de 1992. Al comenzar su carrera, todo parecía venir bien, inicia a buen ritmo y se ubica en una posición favorable. Derek era uno de los favoritos y en la pista parecía tener todo controlado. Situación que no termino como se esperaba, ya que poco antes de finalizar, sufrió una fuerte lesión en su tendón de aquiles que le imposibilitaría continuar. Difícil momento para este atleta, sin embargo su reacción fue tan memorable que dejará una enseñanza para la historia. Se levantó aun con su dolor, junto valentía y siguió corriendo como podía. La intención era clara, no quería darse por vencido. Pronto llego su ayuda, su más grande fanático, su padre, quien usualmente lo miraba competir desde las gradas del estadio. Así, con ayuda y casi sin poder caminar, logro terminar con su participación bajo una ovación de todo el público presente. En esa instancia, ya no importaba el oro ni su posición, lo importante era concluir, lo que poco después se conoció, era su última carrera. En una entrevista posterior, su padre declaró a la prensa:
«Soy el padre más orgulloso del mundo. Estoy más orgulloso de él de lo que lo estaría si hubiera ganado el oro. Hace falta tener muchas agallas para hacer lo que ha hecho».
Enamorarse excesivamente de la victoria es peligroso para cualquier persona. Le crea una realidad imposible de alcanzar, la del “éxito absoluto”. Hasta los mejores o más triunfantes aseguran haber fracasado en más de una oportunidad hasta obtener el resultado que se proponían. Entender a la derrota como aprendizaje, es la clave de cualquier proceso.
“Ni soy el mejor cuando gano, ni tampoco soy el peor cuando pierdo, sin embargo siempre intento dar lo mejor y nunca me doy por vencido”.
por Elias Romero
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